Una obra de arte que no sea capaz de despertar en nosotros una emoción no merece llamarse así. Si bien es cierto que la belleza ha sido caracterizada, o como ha sucedido en muchos casos: restringida y hasta coartada, no ocurre lo mismo con la emoción. Aquí entramos a un universo muy distinto, en el cual es nuestra propia historia y nuestra psique las que juegan el papel determinante.
E. Delacroix, La Libertad guiando al pueblo, 1830, óleo sobre lienzo, 260 x 325 cm, Museo del Louvre, París. |
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