martes, 1 de octubre de 2013

Una obra de arte que no sea capaz de despertar en nosotros una emoción no merece llamarse así. Si bien es cierto que la belleza ha sido caracterizada, o como ha sucedido en muchos casos: restringida y hasta coartada, no ocurre lo mismo con la emoción. Aquí entramos a un universo muy distinto, en el cual es nuestra propia historia y nuestra psique las que juegan el papel determinante. 

E. Delacroix, La Libertad guiando al pueblo, 1830, óleo sobre lienzo, 260 x 325 cm, Museo del Louvre, París.

  • Rebeldía y contradicciones. El rico mundo interior del romántico en busca de una felicidad casi imposible choca inevitablemente con la realidad exterior burguesa. La huida es una necesidad romántica que se encamina hacia mundos pasados y legendarios, hacia países exóticos y desconocidos o hacia la interiorización de los problemas que conducen, en ocasiones, al suicidio.                            
  • Nacionalismo: Frente al universalismo anterior, ahora se proclama el nacionalismo político. Cada país, región o localidad ensalza sus costumbres y valores tradicionales. Pero el Romanticismo no fue un movimiento homogéneo, sus seguidores se dividieron entorno a dos actitudes ideológicas:


Romanticismo conservador que pretende restaurar los valores tradicionales, patrióticos y religiosos,-buscan en la Edad Media el espíritu cristiano y caballeresco. Sus representantes son: Schegel, en Alemania; Walter Scott, en Inglaterra; Chateaubriand, en Francia y el duque de Rivas y Zorrilla, en España.


Romanticismo liberal que encarna los valores más progresistas y revolucionarios del momento. Entre sus defensores destacamos a: Lord Byron, en Inglaterra; Víctor Hugo y Alejandro dumas, en Francia y Larra y Espronceda, en España.

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